Cuando los educadores generan bienestar en las aulas, los resultados cambian para bien.
En el mes de enero los alumnos de las aulas de primaria del condado de Fond du Lac en Wisconsin asumieron el proyecto de arte más ambicioso hasta el momento. Los 400 niños, desde preescolar hasta quinto grado, escribieron sobre una tira de cartulina algo que agradecían. Con todas esas expresiones de gratitud formaron “anillos” de papel antes de unirlos entre sí para crear una “cadena de agradecimiento” gigante. ¿Cuál fue su meta? Crear una colorida cadena de papel que pudiera envolver la escuela entera para abrazarla (literal y, al mismo tiempo, figuradamente hablando) con gratitud.
La maestra de arte, Alice Tzakais, dice que el proyecto fue la culminación de la Semana de la Felicidad de la escuela en la que hubo un sinfín de actividades dedicadas a expresar gratitud y felicidad. “Nuestro tema es el poder de la felicidad,” explica Alice, quien por estos días cumple 40 años de labor docente.
La escuela ha visto en primera persona de qué manera la fuerza de la felicidad puede alcanzar las vidas de alumnos y docentes. Desde su llegada hace ocho años como superintendente, seguidos de tres años como director, Aaron Sadoff ha trabajado incansablemente por transmitir en todo momento el mensaje de la psicología positiva en la escuela.
“(Aaron) tiene una gran energía y muchísimas ideas,” comenta Alice. “Es un ser muy positivo, entusiasta y eso es lo que se requiere para defender una cultura más feliz.” Hace dos años, cuando surgió la renovación de su contrato, Aaron negoció para que la junta de dirección de la escuela lo enviara a California a completar el programa de formación The Orange Frog. Basado en el exitoso libro The Happiness Advantage de Shawn Achor, el programa utiliza una parábola de una rana anaranjada llamada Spark para enseñar nuevas maneras de alcanzar resultados positivos.
“Regresé y se lo enseñé a mis docentes, custodios, secretarias… a toda la gente del distrito escolar,” dice Aaron. “La manera como se siente el docente afecta a los alumnos, por lo que entendí que si podemos cambiar esa manera de sentir de los maestros también podremos incidir favorablemente en la cultura de los alumnos.”
Aaron dice que su plantel docente ha captado estas ideas y les ha dado rienda suelta. Alice dice que hoy los maestros conocen las fortalezas de su carácter y eligen cuáles desarrollar para aplicar en el aula. Para fomentar la conversación, han elaborado un programa para que cada alumno de la escuela primaria lleve a su casa la versión en formato de historieta del libro The Orange Frog, acompañada de una guía de lectura.
“Esto es algo que se supone que la familia hace en conjunto,” dice Aaron. “Entonces mientras mejoramos la alfabetización, enseñamos al mismo tiempo sobre la ciencia de la felicidad.”
La felicidad aprendida
El distrito de North Fond du Lac integra un creciente número de escuelas que incorporan los principios de la psicología positiva a la educación. Mientras la felicidad sigue adquiriendo cada vez más relevancia en el ámbito internacional, más países analizan la forma de determinar y custodiar el bienestar de sus pueblos. Desde las políticas educativas específicas hasta los movimientos formados por gente común, la mayor percepción acerca del papel que la felicidad representa en el éxito individual está cambiando el modo de abordar la educación por parte de los docentes, las instituciones educativas e incluso, de los países.
“Una de las cosas más interesantes es que no tienes que quedarte de brazos cruzados y platicar de la felicidad. No es necesario que digas, ‘Oh, mírame qué feliz que soy.’ Esa no es la manera en absoluto,” explica Aaron. “Lo que estamos haciendo tiene que ver con reconocer aquello por lo que estamos agradecidos, crear vínculos sociales y atender aquellas cosas que nos convierten en mejores personas. Y hoy las investigaciones avalan todo esto.”
En el Informe Mundial de la Felicidad de 2015, Richard Layard, director del Programa de Bienestar del Centro para el Desempeño Económico dependiente de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres (LSE) y la licenciada Ann Hagell, realizaron un trabajo de investigación sobre el bienestar y la salud mental de los niños del mundo entero y a continuación presentaron recomendaciones concretas para mejorar esas condiciones. Al observar la importancia del ambiente educativo con relación a la felicidad de los niños, recomendaron establecer el bienestar como primordial objetivo de las escuelas para satisfacer las necesidades de los niños. Su plan de acción comprendía:
- La creación de un código de bienestar, que todos los docentes, alumnos y padres debían respetar.
- El elogio en lugar de la crítica.
- La presentación de cursos sobre la adquisición de habilidades para una vida positiva adecuados para cada edad en todos los niveles de la enseñanza.
- La capacitación docente para la identificación y promoción del bienestar y salud mental positiva en estudiantes.
Los autores pudieron mostrar una correlación directa entre la felicidad de los niños y su crecimiento intelectual. Una revisión de los programas escolares para el aprendizaje socio-emocional realizada en 2011 reveló que los niños que participaban en ellos mejoraban tanto su rendimiento académico como su bienestar emocional en un promedio del 10%.
La conclusión final del Informe Mundial de la Felicidad fue que si las escuelas verdaderamente aprecian el bienestar de sus alumnos, deben cuantificar algo más que el simple logro académico: la felicidad de los niños también debe ser contemplada.
Y para Aaron, cuantificar la felicidad es lo que llamará la atención de los responsables políticos. “Las matemáticas y los resultados de las evaluaciones son importantes, sin embargo la educación es mucho más que eso,” sostiene. “Hay que mirar la manera en que los niños interactúan y tener en cuenta cómo los afectan cosas como los deportes, la música y el arte. Es un proceso que toma su tiempo, como todo cambio cultural. “En definitiva, lo esencial es que hoy podemos demostrar científicamente que la felicidad es la llave del éxito.”
A la caza de la positividad
En Australia, la directora de la escuela primaria Parkmore, Saraid Doherty, en el último año ha notado un cambio de mentalidad. Ella dice que es más evidente a la hora del almuerzo, cuando los alumnos habitualmente informan a sus docentes los hechos cometidos por sus compañeros en el patio. Sin embargo, lejos de acusar y poner a sus compañeros en dificultades, los alumnos reportan las cosas buenas que ven hacer a otros.
Parkmore es una de las tantas escuelas presente en 13 países que ha implementado el programa “El detective positivo” (Positive Detective program.) Creado por la licenciada Lea Waters, profesora titular de la Cátedra Gerry Higgins de psicología positiva de la Universidad de Melbourne y Lela McGregor, egresada de la maestría en psicología positiva aplicada, el programa El detective positivo enseña a los estudiantes a buscar lo bueno del mundo que los rodea y a compartirlo con los demás.
“Enseñarles a observar y discernir dónde ubicar su atención es una habilidad fundamental del aprendizaje y bienestar,” dice Lea. “Muchos alumnos sienten que la atención es algo que está fuera de su control…y por ende, expuesta a distracciones externas. Esto se ha vuelto cada vez más vertiginoso con el creciente rol de la tecnología en la vida de los jóvenes.” Enseñarles a orientar su atención los apoya en lo académico ya que absorben más de cada clase y al mismo tiempo les permite reconocer los patrones o las emociones del pensamiento negativo, lo cual los ayuda a cambiar esos pensamientos.
Proyectarse a partir de las experiencias, como la gratitud, el disfrute de cada momento y la amabilidad o el buen corazón nutre el crecimiento personal de los alumnos en cuanto a la capacidad para seleccionar lo bueno en sus vidas. Después aprenden que compartir esas historias los ayuda a encontrar emociones positivas.
“El programa también comprende otras actividades que los alumnos llevan a sus hogares para compartir con sus padres, como redactar una carta de agradecimiento y la caza del tesoro positivo,” dice Lea. “Las autoridades [de las escuelas] han recibido muchos comentarios de los padres sobre cuánto más optimistas se han vuelto las conversaciones a la hora de la cena a partir de este programa.”
El carácter viral de la positividad también ayuda a que el programa funcione a la perfección. Las escuelas que difunden aprendizajes socio-emocionales o principios de la psicología positiva informan que los niños llevan esas lecciones a sus hogares y las comparten con toda la familia.
Steve Leventhal, director ejecutivo de la organización sin fines de lucro CorStone, presentó en 2011 el programa Girls First (Las niñas primero) en Bihar, India, mediante el cual las niñas que viven en zonas desfavorecidas reciben conocimientos de resiliencia personal y que les ha cambiado la manera de afrontar sus problemas. Pero lo más importante es que ese cambio también ha alcanzado a sus familias.
“Cuando una niña recibe educación, ella la traslada a su hogar. Eso cambia la trayectoria de la familia entera,” afirma. Y esto parece suceder independientemente de que esas familias vivan en la India o en Indiana.
La acción a escala mundial
A medida que la felicidad en las escuelas deja de ser un concepto para convertirse en una iniciativa universal, comienzan a implementarse más sistemas para crear políticas y prácticas eficaces. En el festival organizado por la Red Internacional de Educación Positiva (IPEN) en Dallas el año pasado, el Dr. Martin Seligman, director del Centro de Psicología Positiva de la Universidad de Pensilvania, señaló que, aunque muchos padres afirmen que lo que más desean para sus hijos es que “sean felices,” la educación en general ha ignorado el tema del bienestar y en cambio, apunta a desarrollar aptitudes, en particular de matemáticas, lecto-escritura, progresos y logros. No obstante, las investigaciones muestran que la felicidad conduce al éxito y no lo contrario.
En las regiones del Pacífico asiático, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y Diversificación, la Ciencia y la Cultura (abreviado internacionalmente como UNESCO) está pidiendo un cambio fundamental en los sistemas de educación. El proyecto Escuelas felices (Happy Schools Proyect), creado por Gwang-Jo Kim, director de la oficina de la UNESCO en Bangkok, analiza la relación entre la felicidad y la calidad educativa. Pide que las escuelas miren más allá de los campos tradicionales de aprendizaje y comiencen a adoptar y aplicar otros elementos que contribuyan al bienestar y a la felicidad de los alumnos.
El informe de la UNESCO de 2016 llamado Escuelas felices: un marco de trabajo para el bienestar de los educandos en los países del Pacífico asiático, identifica 22 criterios para la creación de lo que la organización considera “Escuelas felices.” Los criterios se clasifican en tres grandes categorías: Sociedad, Proceso y Lugar, y develan lo más importante para generar felicidad y bienestar en cada una de esas áreas.
El informe exige que las autoridades competentes “generen más tiempo y espacio para un tipo de aprendizaje que permita promover la felicidad y el bienestar de los estudiantes, con la esperanza de inspirar educandos más felices que puedan contribuir a formar sociedades más felices y en el fondo, lograr un mundo más feliz.” Al parecer el mensaje está llegando a los responsables con poder de decisión, tanto en el plano político como en el escolar.
En una época en la que a los docentes y directores se les exige dar muestras de excelencia a través de los resultados de las evaluaciones, la promesa de estudiantes más felices sumada a una mejor actuación académica es una “conversación fácil de iniciar,” dice Jillian Darwish, presidente de Mayerson Academy en Cincinnati, que actualmente ofrece el programa de comunidades de aprendizaje Thriving Learning Communities.
“No existe docente en el mundo que no quiera ayudar a otros a encontrar su mayor potencial,” dice. “Por eso se dedicaron a esta actividad. Se preocupan por los demás. La noción de ayudarlos a hacer solo eso verdaderamente habla de los educadores.”
El programa Thriving Learning Communities utiliza tres componentes principales. El componente más grande, el del aprendizaje socio-emocional, enseña a los alumnos habilidades de relación y a tomar decisiones de forma responsable. El segundo brinda orientación sobre cómo identificar y trabajar en torno a las fortalezas de su carácter. El tercero, un elemento de juego digital suministrado por nuestro aliado Happify, permite enseñarles sobre la positividad de manera eminentemente práctica.
Jillian dice que “este no es un programa que le dan a los docentes para que éstos lo entreguen a sus alumnos.” “Todo comienza con los maestros. Como educador, primero tendré que averiguar cuáles son mis fortalezas personales. ¿Cómo puedo utilizar esas fortalezas para formar buenos equipos? Solo después de haberlo vivido personalmente podré comenzar a compartirlo con mis alumnos.”
Al formar primero a los docentes y luego, a los alumnos a “centrarse en los puntos fuertes, y no en lo que está mal,” la plática cambia. “Eso genera una dinámica completamente diferente,” explica Jillian. “Para mí, ese es el remedio para muchas de las dificultades sociales y de conducta que vemos en las escuelas. Si nos comprometemos a buscar lo mejor de nosotros y de los demás cambiará definitivamente nuestra manera de interactuar.”
Los comentarios que recibimos de alumnos y docentes por igual refuerzan la opinión de Jillian y demuestran que estas nuevas destrezas están enriqueciendo a los alumnos no solo en el plano personal sino también académico. Un alumno del sexto grado que participó en el programa Thriving Learning Communities dice que al principio no tenía mucho para disfrutar de la escuela. “Pero con este programa siempre tienes algo para aguardar con interés. Me levanto a la mañana, me muevo rápido y me pongo en marcha así puedo llegar a la escuela.”
Los alumnos de quinto y sexto grado de las escuelas públicas de Cincinnati cuentan historias parecidas, señalando que el haber identificado sus fortalezas individuales les ayudó a afrontar sus problemas de otra manera. “Mis fortalezas son el amor por aprender y el perdón,” dijo una alumna, que además comentó que conocer las fortalezas de su personalidad le ayudaron a entenderse mejor y eso también le sirvió para conocer gente. Así pudo comprender y decidir qué fortalezas seguir desarrollando (para ser más extrovertida y valiente) pero también reforzar su autoestima. A su vez, todo eso la hizo mejor estudiante. “Solía tener muchas dificultades para concentrarme en matemáticas,” recuerda. “Hoy tengo la confianza de ir a un examen y saber que puedo hacerlo.”
Muestra positiva
En noviembre una revista de investigación pedagógica llamada Review of Educational Research, publicó un estudio con el análisis de varias conclusiones de investigaciones realizadas en los últimos 15 años, que confirmó que un ambiente escolar positivo puede contrarrestar los efectos negativos de la pobreza.
En 2016, más escuelas comenzaron a explorar el papel de la cultura en los resultados académicos e incluso el Departamento de Educación de los Estados Unidos presentó un conjunto de instrumentos en línea para que los directivos puedan cuantificar y comprender el ambiente de sus escuelas. La ley Todo Estudiante
Triunfa (ESSA), aprobada a fines de 2015, exige que las escuelas estadounidenses consideren factores no académicos, como la cultura de las escuelas, para evaluar el éxito general. Y la Red Internacional de Educación Positiva (IPEN) fue creada hace tres años para ayudar a formar una red mundial de educadores, estudiantes y representantes de empresas y gobiernos, que apoye la idea de reformar y transformar el modelo educativo vigente.
“Es como dar vuelta un gran barco,” dice Lea Waters, creadora del programa El detective positivo. “Sin embargo, mover el timón apenas unos grados modifica el largo trayecto del buque. Tengo la impresión que ahora, más que en ningún otro momento de la educación, comenzamos a ver ese cambio.”
Paula Felps es Editora Científica para la revista Live Happy.